sábado, 26 de noviembre de 2011

UNA CONDENA MAGNÁNIMA

         Hinco la rodilla en el suelo ¡por fin he llegado!. El Señor se ha apiadado de mi. Contemplando la belleza de la Catedral recuerdo a mi esposa, al pobre hombre que maté injustamente, a mi amigo Tadeo, a la pequeña Leonor, y a tantos amigos que dejé en el Camino y que Dios sabe cuando volveré a ver. Contemplando el  Pórtico de la Gloria creo estar en el cielo, un cielo exultante de colorido, habitado por apóstoles, patriarcas y evangelistas enviados por Dios para difundir su mensaje. Ellos son los intermediarios entre los peregrinos y  la Divinidad que ocupa la parte central del tímpano, acompañado por ancianos que tocan instrumentos musicales.
             ¡Bendito sea el Señor que me ha perdonado!. ¡Bendito sea Santiago Apóstol por haber sido mi intermediario!

     

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